lunes, 28 de marzo de 2011

Perder la Inocencia

Beatriz Brenes nos narra su experiencia con las armas de fuego

Tal vez el título de esta entrada suene demasiado dramático, pero en cierto modo, de eso se trataba la siguiente prueba.

Aprender a disparar.

Nos llevaron al polígono. La agenda: aprender a disparar con revolver, pistola semi-automática de 9mm, escopeta y carabina. Empezamos con el revolver.

Realmente no pesaba tanto, pero si sentís el peso de tener un arma en la mano. La verdad estaba muy nerviosa, nunca he tenido ansias de poder ni ataques de violencia... simplemente las armas no van conmigo. Pero sí soy altamente competitiva y me ofrecí para disparar primero.

Nos enseñaron cómo cargar el arma, cómo colocar los pies, cómo sostener el revolver, como doblar los codos, cómo definir el blanco a través de la mira, cómo respirar, cuándo colocar el dedo dentro del gatillo y BUM. Mi corazón latía a mil por hora, el rebote no fue tan grande, ni el sonido tan aterrador... todo pasó tan rápido y sin embargo, yo sentí que pasaron horas mientras sostenía aquel revolver y observaba el hueco que quedó en el pobre dummy de papel: justo donde debería estar la nariz.

Con la semi-automática ya no tenía tanto miedo y fui un poco arrogante a disparar. La resistencia que opone el gatillo es mucho más dura (porque tiene que cargar la bala) y eso me distrajo un poco y el golpe del rebote me devolvió a la vida real. La semi-automática golpea, de verdad. Sentís un empuje involuntario en la mano, lo que te hace sentir como que en realidad vos no estás en control... vos apuntás, pero ella es la que manda. Nuevamente mi corazón a mil.

Hicimos un ejercicio cambiando de posiciones de disparo con la semi-automática. El primer punto era disparar prácticamente a quemarropa, sostenido la pistola a la altura de la cintura. Creo que ese fue el disparo que más me asustó. Sentir la pistola tan cerca de mí, sabiendo que con costos la dominaba, me aterraba y mi mente terriblemente gráfica no dejaba de imaginar escenarios trágicos en el que algo salía mal. Pero todo salió bien y del quemarropa pasamos a disparar 5 pasos más atrás y luego desde el suelo. Incluso disparamos en carrera abierta (parando para disparar, siempre).

Y nos llegó el turno de la escopeta. El solo hecho de cargar el arma en mis brazos me hizo sentir pequeña. Con una escopeta realmente no importa mucho dónde apuntés, siempre vas a pegar haciendo el mayor daño posible. El rebote de la escopeta es súper fuerte y el sonido del disparo realmente te pone en perspectiva de lo impotente que es uno ante el poder de un arma.

La carabina fue muchísimo más noble. Realmente un respiro después de ser agredida en el hombro y el pecho por la escopeta.

Definitivamente no me voy a convertir en una amante de las armas, pero tengo que admitir que el adrenalinazo recibido es casi intoxicante (en el mejor sentido), por unos segundos sentís el poder que te confiere aquel pedazo de metal y esos momentos de concentración en el que vos decidís la trayectoria de la bala y respirás hasta que el disparo casi que venga solo, son alucinantes.

Espero no tener que disparar nunca en la vida real, pero mi experiencia en el polígono, todavía me acelera el pulso cuando pienso en ella.


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